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sábado, 11 de abril de 2009

Mi abuela...

Nunca tan cálidos sus ojos, nunca tan suaves sus manos con aromas a cocina y niñez después de tanto crecer. Nunca brazos más fuertes que los suyos, ni espaldas tan cargadas de pocos recuerdos corpulentos. Pocos viajes pero tanto camino recorrido, pocos vuelos pero alas tan célebres y maniobradas. Y sus labios... tan sublimes, con su color chocolate intacto como si fuesen mitad vírgenes.

Vestigios en sus manos y llagas en su corazón. Mirada cristalina, cristalina su alma, transparente su piel morena y sus cabellos plateados enredados y apasionados sobre su frente. Bajo la seda morena poco desplegada se asoman las facciones de una beligerante norteña.

Y con los años, los ojos se tornaron brillos, melancólicos aún risueños. Miradas tiernas, pero perdidas en los recuerdos que acuden a su corazón. Estrellas en las pupilas que anhelan volver al pasado, pero el tiempo que lleva que el miedo la invada, la sujetan fuertemente.

El pasado esta más que presente, el presente se le escurre entre las sábanas y el futuro es más incierto que de costumbre. Y las costumbres se mantienen; el mantenerse se fuga; y la fuga de las venas que genera una explosión de melancolía y deja el rostro llovido de diamantes que no compran sonrisas.

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